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La vida hacendaria iqueña dio lugar a un conjunto de instituciones y costumbres que han logrado echar raíces en la cultura peruana y son parte de un estilo de vida hoy indesligable del escenario económico y social del departamento.

Además del rico caudal folclórico afroperuano surgido en Ica, también ha sido aquí el punto de partida de la afición peruana por la gallística. Las corridas de gallo, costumbre originaria de Filipinas que llegó al Perú desde México y se propagó en suelo iqueño en el siglo XVIII, devinieron una institución fuertemente arraigada tanto a nivel rural como a nivel urbano.

Otro aporte iqueño es la crianza del caballo de paso, adaptado al trote en las arenas del desierto. Este tipo de crianza equina, al igual que la gallística ha dado lugar a toda una industria de actividades y servicios propios del departamento.

La abolición de la esclavitud puso al descubierto muchas costumbres festivas y rituales de la población afroperuana a las que fueron aficionándose los criollos. Una de ellas es la santería, que era practicada con gran sigilo desde tiempos coloniales en la localidad de Cachiche, cerca de la ciudad de Ica. Con pócimas, amuletos y “limpiezas”, se curaba y se cura todavía el “mal de ojo” y se invocaba el favor de la divinidad.

La región ha sido también muy aficionada a las corridas de toros y ha sido cuna de diestros notables. En Nazca nació en 1838, el gran matador Ángel Custodio Valdez, arrojado mulato iniciado en el toreo en 1859, célebre por haber dado gran faena y certera estocada en una sola tarde a doce toros en la plaza de Acho (Rímac, Lima) en 1870. Su fama lo llevó a las plazas de Cracas, Montevideo, Lisboa, Madrid. En esta última ciudad, el 2 de septiembre de 1883, Valdez dejó asombrados a los reyes Alfonso XII y María Cristina al colocar banderillas con la boca. Se retiró del oficio taurino en 1909 y murió en 1911.

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